sábado, julio 11, 2009

Patrimonio Histórico.

FOTO: Muro de las lamentaciones. Al fondo, la ciudad de Jerusalem. Abril de 2008.
Todas las intervenciones en el Patrimonio Histórico-Artístico están sometidas a una autorización previa de la Administración, que antes dependía del Ministerio de Cultura y ahora del organismo correspondiente autonómico. Los mismos perros con distintos collares, que diría una buena amiga, ya muy mayor. En Castilla y León depende de las Consejerías de Cultura de la Junta, de las que existe una delegación en cada capital de provincia.
Pues bien, el otro día tuve el “honor” de asistir a lo que se llama Ponencia Técnica de Patrimonio que, como su nombre indica, está compuesta solo por técnicos. Estas Ponencias se reúnen una vez al mes y su objetivo es “proponer” la aprobación, denegación o requerimiento de cada tema que les llega, y unos días después pasa, con teóricamente mismo Orden del Día, a la Comisión de Patrimonio quien decide sobre los temas. Como puede imaginarse la Comisión está formada en su mayoría por cargos políticos aunque algún miembro lo es simultáneamente de ambas (Ponencia y Comisión). Rara vez se atreve la Comisión a llevar la contraria a la propuesta procedente de la Ponencia, aunque es legalmente posible.
La Ponencia a la que asistí es bastante típica: cincuenta y tantos puntos en el Orden del Día que deben ventilarse en el curso de la mañana. Como fui en calidad de arquitecto municipal de mi pueblo, sólo estoy autorizada a asistir a los temas que conciernen al mismo, que ese día eran unos doce. Me hicieron esperar en un vestíbulo desprovisto de todo rasgo artístico lo cual es loable por austero, supongo. Como ya me imaginaba la espera, me llevé mis libritos de Poesía y hale, a esperar. Por fin fui llamada al Gran Teatro del Mundo, me senté y tomé mis notas. Los ponentes eran doce personas, unos no decían nada, otros de vez en cuando opinaban y dos o tres lo decían todo, o casi todo. Me asombró el hecho de que el jefe técnico de sección conocía los asuntos e incluso había ido en persona a verlos, ya sabemos que es lo “lógico” pero a veces lo lógico es lo menos habitual. El caso es que se sucedían diálogos de este tipo:
- Que quite la reja.
- No, no, que la deje, que eso es típico.
- Pero eso será en Andalucía, no en Castilla.
- Bueno, que la quite pero que pinte la fachada de otro color más claro y discreto.
- …….
- Siguiente asunto: revocado de fachada y pintado en la Iglesia de San Quirce.
- La propuesta es favorable pero hay que recordarle al episcopado que debe solicitar y obtener licencia municipal, como todo el mundo.
- …….
- Siguiente asunto: construcción de vivienda en entorno de la muralla medieval.
- Ese chalet ya está medio hecho…
- ……
- Y dile a tu alcalde -dirigiéndose a mí, ¡pobrecita yo!- que inicie expediente sancionador, que son los ayuntamientos quienes tienen potestad para ello.
En resumen, de los doce asuntos, se dio luz verde a la mitad, aproximadamente. El nivel de conocimiento y profundidad de los temas, como puede deducirse, deja mucho que desear, pero no me atrevo a proponer otro sistema mejor pues lo que cabe preguntarse es:


- ¿Estamos ahora peor o mejor que antes de estos tribunales de la inquisición?

Y la verdad, tengo que reconocer que sí existe un sentimiento muy extendido de respeto por la cosa histórica y artística, que ha aumentado lento pero seguro en los últimos años, aunque no siempre se acierte y aunque paguen justos por pecadores. Y con esto, no dejo de llamarlo Tribunales de la Inquisición que es talmente lo que parecen las Ponencias, no quiero imaginar las Comisiones.

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