lunes, octubre 08, 2007

Piensépolis

guaPalupe, dieciocho meses después de la primera entrada, envía una respuesta a mi pregunta sobre el modelo de ciudad. Gracias, compañera.

Piensépolis
En Piensépolis se sabe donde está el centro y cuales son sus límites. El centro es el corazón de la ciudad y permanece allí desde los confines de los tiempos, aunque luego le hayan salido otras vísceras. Sus límites sin embargo cambian, pero lenta y armoniosamente, como el curso de un río, al compás de su crecimiento.
En Piensépolis hay calles, muchas calles. Cada una es distinta de la otra, cada una reconocible por sus tiendas, sus colores, su trazado. Aquí, todas son peculiares y distintas de ninguna otra ciudad, de forma que nadie podría decir que está en ningún otro sitio.
Las plazas son espacios abiertos donde confluyen avenidas, calles y travesías. Las fachadas de los edificios las configuran y a veces un elemento singular, como una torre o un arco, le da su nombre y la hace diferente de todas las demás. En ellas, la gente se encuentra, adrede o por azar, y no hace falta llenarlas de cosas porque es esta misma gente la que las llena de vida.
Los parques y jardines están situados de tal manera que uno puede atravesar Piensépolis de Norte a Sur y de Este a Oeste a su través, cobijado por la sombra de sus árboles en el estío y acariciado por los rayos de sol en el invierno. En ellos, pasean, juegan o descansan libremente niños y mayores, personas de todo tipo, color, tamaño y credo, sin que nadie se sienta ofendido ni agredido y sin miedo, porque nunca pasa nada malo. En Piensépolis los perros no estorban y tienen lugares especiales para hacer sus necesidades.
En Piensépolis se puede mirar sin ser visto, y observar por el simple gusto de hacerlo. También se puede gozar al escuchar su sonido, que es una mezcla de lo natural y lo artificial, de lo divino y lo humano: gritos de niños, canto de pájaros, traqueteo del tranvía, campanas de la iglesia, el murmullo del agua de la fuente…
Hay coches en Piensépolis, pero no se oyen sus bocinas porque nadie toca el claxon, aunque realmente no son muy necesarios. Las motos son silenciosas.
En esta ciudad se puede ir a comprar el pan o el periódico, tomar un café, arreglar la bicicleta y hacer gimnasia sin tener que andar más de quince minutos en cualquier punto, viva donde uno viva.
En Piensépolis se puede ir andando y en bicicleta, en tranvía y en coche, sin que unos y otros se molesten entre sí ni tengan que ir por sitios separados.
Las personas diferentes también perciben Piensépolis: se orientan, la recorren y la viven mezclándose con las otras, de modo que uno no sabe distinguir lo “normal” de lo “distinto”.
A pesar de no ser grande, en Piensépolis cabe todo el mundo.
No hace falta enseñar a los forasteros itinerarios especiales, Piensépolis se va mostrando por sí misma. Nos puede sorprender la osadía de una gran escultura en el centro de una glorieta, nos puede emocionar la sencillez de una escalinata que nos conduce a un rincón misterioso. En Piensépolis nada es arbitrario, pero lo parece.

Esta ciudad existe en los recovecos de la memoria. Tal vez es imaginaria o fue soñada, parece tan imposible como que el hombre alcance las estrellas…
¿O es la luna una estrella?

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