martes, mayo 12, 2009

Oíza.

Ser arquitecto es un oficio que no se hereda ni se aprende sino que se inventa para uno mismo.
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Oficio de poeta: “Hacerme al fin, el que soñé: poeta”, reclama Unamuno…
Igualmente lo reclamará siempre Oiza, que en agónico parentesco, reconoce que el dolor está relacionado con el camino a la verdad y que la poesía es la crítica de la vida.
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“No te cuides en exceso del ropaje,
de escultor, no de sastre, es tu tarea,
no te olvides de que nunca más hermosa
que desnuda está la idea”
(“Credo Poético”, Unamuno).

Los grandes arquitectos fueron también poetas.

Fragmentos del artículo de Francisco Alonso en la Revista ARQUITECTURA COAM, nº 355, 1T-2009.

http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Javier_S%C3%A1enz_de_Oiza

Francisco Javier Sáenz de Oíza fue mi MAESTRO. El único, junto con Mariano Bayón, a quienes yo les debo ser lo que soy, saber lo que sé de este oficio cuya práctica me resulta cada día más abominable.
Era por el año 1980 y en uno de mis bajonazos vocacionales decidí arriesgarme y elegir su Taller de Proyectos. Era poco menos que imposible entrar pues había mucha más demanda que oferta de plazas, pero me arriesgué y, como me suele pasar cuando lo hago, me salió bien, quiero decir que fui finalmente admitida. Luego el azar quiso que su hija Noemí presentara su Proyecto Fin de Carrera en la misma convocatoria que yo y Oíza, elegantemente, se abstuvo de ejercer de calificador. Tan “elegante” fue que mi proyecto, polémico pero amparado por su tutela, resultó suspenso, como ya conté en “Memorias de guaPalupe”. Bien, cosas que pasan.
Oíza era un hombre de una vocación absolutamente contagiosa, con una cabeza privilegiada, divertido (siempre pensé que ser divertido no es algo frívolo sino un plus), sencillo, caprichoso, caótico, genial. Recuerdo que un día sacó de una caja de zapatos los que se acababa de comprar (“para la boda de mi hija”, dijo) y se puso a elucubrar sobre los zapatos, sus treinta pupilos alrededor riendo a carcajadas… Otro día nos contó la razón por la que las puertas de los aseos deben abrir siempre hacia afuera, otro de la claustrofobia en los ascensores, otro de las salas que han de habilitar en las Cortes para las personas que ejercen de taquígrafos, otro de cómo la luz se tamiza a través del conjunto de persianas en Torres Blancas…¡Cuánto aprendíamos con él! ¿Era poeta? No sé… era, desde luego, un enamorado de la vida.
Desde aquí, mi más sincero homenaje. Nunca se olvida a un buen Maestro.

1 comentario:

jose luis dijo...

Yo recuerdo a Oíza como el arquitecto más brillante que he conocido. Cuando comencé la carrera en Valladolid, iba una vez a año y era el mejor día del curso. A mí me influyó para no desesperar. Cuando emigré a Madrid, me colaba en sus clases de doctorado. Cuando tenga algo de tiempo subiré algunos comentarios de sus clases, en las que hablaba de las carreteras, de los tetrabriks y de muchas cosas interesantes como las que cuentas. No sé si alguien habrá recopilado esta sabiduría o tendrá notas suyas, me encantaría recordarlas.