El mayor encanto de Amman lo podríamos achacar a la diversidad de su gente. Visten desde lo occidental al más estricto uniforme musulmán pasando por todos los términos medios: vaqueros con deportivas y chador, traje de caballero con corbata y kaftán, chupa de cuero con palestina a la cabeza, y cualquier combinación posible. Soldados en cada esquina con clásico atuendo de camuflaje observan al paseante metralleta en mano; será por lo escaso: Amman es una ciudad no pensada ni hecha para el peatón. Jordania vive de su aparente neutralidad y seguridad en medio de una zona tan conflictiva; uno no siente temor por allí, pero tampoco se hace grato sentir armas apuntando por doquier.
Los minaretes de las mezquitas, en número importante -ningún barrio sin la suya-, salpican con gracia el paisaje urbano. Al atardecer por cualquier punto de la ciudad, terriblemente ruidosa durante el día, destaca la llamada a la oración en medio del silencio. Ésto último es de lo más impactante de la ciudad.
Los minaretes de las mezquitas, en número importante -ningún barrio sin la suya-, salpican con gracia el paisaje urbano. Al atardecer por cualquier punto de la ciudad, terriblemente ruidosa durante el día, destaca la llamada a la oración en medio del silencio. Ésto último es de lo más impactante de la ciudad.
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